En ese vínculo que hay entre nosotros está nuestra fuerza...Pero también nuestra mayor debilidad.

lunes, 9 de noviembre de 2015

Supongo que es cuando te ves realmente sola el momento en el que empiezas a conocerte. Eso fue lo primero que aprendí de tu huida. Cuando estabas a mi lado no existían las montañas rusas, ni las inseguridades, ni el miedo, ni nada de eso que te da un vuelco al corazón y te hace preguntarte ese por qué a mi. Rectifico. Todo eso si existía, quizás existe siempre porque forma parte de la vida. La diferencia estaba en que cuando el miedo y todas esas cosas humanas invadian mi vida, tú me sujetabas. Estabas ahí en la tormenta y la calmabas, te volvías fuerte por mi y hacías todo más sencillo. Cuando te fuiste comprendí que eso no me había ayudado en nada. Descubrí que era una persona débil, cobarde e insegura. Llena de miedos, inestable y totalmente dependiente. Una imagen completamente contraria de la que hacía ver, de la que yo misma veía. Todos esos meses en guerra continua conmigo misma me fueron enseñando a hacerme fuerte, y lo conseguí. Siempre te culpé del dolor tan inmenso que sentía, de haberme dejado sola ante tanto miedo, de haber matado lo nuestro, de hacerlo pedacitos y a mí con ello. Creí odiarte y me obligué a hacerlo. Te culpé de mi cambio visible en el espejo, de mis noches sin dormir y de esos días más eternos que mi espera. Me culpé de tu partida, de que tus ojos me esquivaran, de que miraran a otras caras. Me negué a perdonarme y a perdonarte. Pero un día me levanté y quise poner punto y final a todo aquello que me impedía avanzar. Comencé a perderme en otros labios, a escuchar tu nombre sin sentir frío, a verte y no temblar. Me perdoné. Te perdoné. Pasé página. Y sólo así encontré la paz. Así me liberé de todas esas cadenas en las que llevaba atada meses. Cuando lo acepté, pude avanzar y crecer. Crecer sin tus ojos, sin tus detalles, sin nuestras conversaciones eternas y sin esas miradas que siempre decían más que tus palabras. Crecí y te olvidé. Si, te olvidé.


PD: Este texto lo escribí el 1 de febrero de 2015. Miraba el correo y lo encontré, siempre es bonito encontrar este tipo de cosas y recordar ese momento. Y sobretodo, darte cuenta de cuánto has cambiado. Ahí estaba conociendo a alguien que paraba el reloj cuando me miraba. Aún llevaba tu batalla a rastras, y me dolía. Como ahora.


martes, 3 de noviembre de 2015

Hola mamá.


Sé que jamás leerás esto. Que no entiendes estas nuevas tecnologías y que tú eres de hechos, no de palabras. Pero necesito decirte esto de alguna manera, y tú ya sabes que nunca se me ha dado bien eso de mostrar lo que siento, al igual que tú. Te echo mucho de menos. Echar de menos en el sentido de querer compartir este mal momento con papi y contigo. Poder decirte que todo alrededor es una mierda, pero que estamos juntos. Que saldremos de esta. Ahora que me he echo un poco mayor, que mi vida está totalmente en mis manos, sé lo difícil que es todo a veces. Sé lo fuerte que eres. Sé que nunca has tenido instinto maternal. Que nunca quisiste hijos, y menos dos de golpe. Sé que todo a veces te viene grande. Pero tranquila. Tranquila mamá. Porque has sido una madre increíble. Aunque no lo creas. Aunque yo sea la menos que te lo haya demostrado. Sé de sobra que lo has hecho todo para que estemos bien, para que seamos felices. Nos los has dado todo. Tú y papá. Pero no lo puedes controlar todo siempre. Aunque quieras. Llega un momento en que no puedes hacer las cosas por nosotras ni cuidarnos siempre. Y no te culpes por ello. No te sigas culpando. Todo va a salir bien. Y si no sale bien, pues no sale. Porque yo estaré aquí. Contigo.

Uno siempre vuelve a los viejos sitios donde amó la vida.

Con 16 años me fui de casa. Dejé atrás a mis padres. Mi casa. El techo que me había escuchado llorar desde que dejé de conocerme (o desde que me di cuenta de que no lo hacía). La cama que sólo me había probado a mí. Los paseos rutinarios con mis amigas. Mi niñez. Me fui con mis abuelos. Una zona diferente. Un poco más de libertad. Gente nueva, sitios nuevos, emociones nuevas. Todo parecía más fácil. Esos dos años que pasé allí los podría describir como una noria. Un día arriba. Otro completamente abajo. Otros ni sabía dónde. Fueron los mejores años de mi vida. Por primera vez supe lo que era volar. Lo supe cuando él me tocó. Él. Fue lo más importante de esos dos años. Fue el amor de mi vida.

Las cosas cambiaron. Un hueco por un lado. Una herida un poco mayor por el otro. Un corazón hecho pedazos. Una niña de camino. Mucho roto. Un huracán que se lo lleva todo de golpe. Una madre que llora. Una hermana que por dentro sonríe con cinco meses de vida en su interior. Todo negro.


Ahora estoy escribiendo en un cuarto que no es el mio pero en el que duermo. Miro por la ventana y veo edificios. Huele a otoño, a frío y a recuerdos. No reconozco ese olor. Tengo 19 años. Vivo sola. Pero esa no es la causa de sentirme tan sola. Hoy es festivo y el corazón me dio un vuelco. Y quiso sentir algo de una vez por todas. Aunque sea dolor. Por eso volvió tres años atrás. Hoy pienso que quiero ir a ver a mi abuelo pero que me muero de miedo al saber que voy a escuchar una risa que no es la nuestra. Que sé que pisaré esa casa y volveré a sentirme esa niña enamorada pero que no volveré a serlo. Y sé que otra vez el corazón me cerrará los ojos y ganará. Pero yo acabaré perdiendo.

martes, 25 de diciembre de 2012

Y ahora veo que tu amor no era amor.



Hace tiempo que no escribo. Quizás desde que mi corazón se cerró por completo y prohibió la entrada de cualquier sonrisa que no fuera la tuya. Me encerré. Cogí mi corazón y lo envolví, le puse un candado y arrojé la llave el mar, donde nadie pudiera encontrarla, donde tú no pudieras encontrarla. Fueron tantas guerras en las que acabé vencida que mi bandera blanca se alzó sin ni siquiera darme cuenta. Pero esta vez fue más sencillo, menos doloroso. Esta vez el único objetivo era liberarme, de ti, de setecientos treinta días de te quieros, de tu voz. Y así fue. Me alejé. Aprendí a ser sin ti, y lo logré. En cambio tus ojos aún siguen como el primer día. Como hace poco más de dos años. Dos años. Cuánto tiempo agarrada a tu cintura, aferrada a tu manera de querer, aquella primera y única manera de querer. Cuántos besos que parecían infinitos desde aquellos ojos de niña, desde aquella perspectiva ahora invisible. Creí quererte tanto, dolerte tanto, ser tanto, que terminé siendo nada. Creí haber sido tanto en tu vida y que a la vez tú eras tan necesario en la mía que ahora veo como fuiste algo y a la vez nada. Que hoy, después de ocho meses me doy cuenta de que nunca quise, de que nunca he querido . Hasta que apareciste tú. TÚ. Cómo nombrarte sin echarte de menos. Cómo no echarte de menos si cada esquina de mi piel grita que vuelvas, que vengas a buscarme, que necesita cada una de tus caricias para (sobre)vivir. Tú llegaste en el momento menos adecuado, o quizás el más, para mi el más adecuado. Y… Me robaste. Cogiste mis pulmones y les devolviste el aire, dándomelo todo, dándome la vida. Me atrapaste. Me sonreíste y cómo no vas a conseguirlo de esa forma, de la que tú solo sabes, me enamoraste. Fue tan apresurado, tan bonito. Imposible no ser bonito si viene acompañado de tu nombre. Mis días se llenaron a tu lado, en ese hueco entre tu pecho y tus omóplatos, en las mil cosquillas de las que no logré escaparme. Y sin darnos cuenta nos volvimos dependientes, locos. Y me dolía tanto no respirarte en veinticuatro horas, y me parecía tan imposible haber perdido la cabeza y mucho más que eso por una de tus miradas, tan rápido. Me acostumbré a que toda mi ropa llevara tu olor y me volví adicta a él. Llegué a necesitarte en tu esquina de mi cama cuando no estabas, a tener que imaginarte en cada lugar de la casa en los que habías dejado tu huella y te juro que hubiera dado y daría tanto por que supieras que intento darte la vida en cada beso y que lo único que me hace feliz es el sonido de tu risa y sentir cómo respiras cuando me aprietas entre tus brazos. Y que, moriría por estar en esa cama en la que hemos vivido tanto, días, noches, tardes y toda nuestra vida sólo por asegurarme de que no me soltarías y que tú, al igual que yo, te perderías conmigo en el humo de tu cigarro de después de darnos la vida. Me diste tanto sin pedírtelo. Me hiciste sonreír, reír, jugar, besarte, darte tanto con tan poco. O quizás con demasiado. Mucho más de lo que había dado nunca por nadie. Por NADIE. Sólo por ti. Y me enseñaste que el amor es esto. Que eres tú. Que el verdadero amor, ese que creí haber vivido y que salió rana, lo encontré contigo. Lo encontré en el paso de las noches como milésimas de segundos en tu cama, queriéndote tanto, queriéndonos de una forma tan bonita, tan irreal. Mirándote, lo más bonito que he hecho en la vida. Contándonos tanto. Lo encontré en la forma en la que me mirabas, como miran los enamorados, como comencé a mirarte yo a ti, como se mira a la vida, con tanto miedo de perderla, tan feliz de tenerla, tan afortunada, tan agradecida, tan grande, tan increíblemente llena. Así te miraba, te miro. Me enseñaste que la felicidad estaba en esos momentos tan efímeros. En esa sonrisa cuando nos encontrábamos por la casa. En mis gritos y carcajadas resultado de tus tantos intentos fallidos de cosquillas. En tus abrazos inesperados por la espalda. En tu sonrisa visible desde que aparecí en tu vida. En tus “todo va a salir bien mi niña”. En tu mano sobre mi cara. En ti. Conmigo. Y podría decirte tanto, y aunque tú no lo sepas, te he dicho tanto en este tiempo, con sólo mirarte. Y aún así, nada sería suficiente. Ninguna palabra es aún capaz de definir lo que has logrado. Por eso, sólo quiéreme como lo haces, continúa dándome la vida con cada sonrisa y por favor, no te rindas. No me sueltes, no te alejes. Porque yo, juro, no lo haré.



Te quiero.

lunes, 20 de agosto de 2012

Tú sonrisa me ha contado esta historia

Aún guardo una dosis de esperanza por si algún día tu sonrisa viene a rescatarme de esta pesadilla. Siempre he confiado en ti, incluso ahora lo hago. Confio en esto, a pesar de que se haya ido desvaneciendo en instantes. Aún te recuerdo, al igual que lo haces tú. Por eso algún día espero que te canses, y vengas a buscarme.

sábado, 12 de mayo de 2012

A veces caigo en el recuerdo de tus manos con mis manos


Entre los reglones de mis palabras ya no hay nada. Busco. Quizá esté ese al que un día le entregué mi vida rogándome que le perdone. No. Tal vez halla alguien. Por lo menos algo. Nada. Una pregunta ya lejana se acerca. ¿Dónde está todo?. Mi vida, mi felicidad. Lejos, demasiado lejos. 

domingo, 6 de mayo de 2012

El invierno sigue aquí


Te miré. Aún me mirabas con los mismos ojos de enamorado que la primera vez. Todo en ti había cambiado desde un diecisiete de cuyo mes prefiero olvidar. Todo, menos tu forma irracional de quererme. Noté en instantes como el lado izquierdo de tu pecho ya no latía. Tus días dejaron de teñirse de grises para volverse tan transparentes como lo fuimos nosotros en la última despedida. Yo no pude mantener la postura rígida y dura como de costumbre. Tú no pudiste evitar que cada parte de tu cuerpo en la que dejé mi huella gritara con todas sus fuerzas mi nombre. Dolió. Quizá no lo suficiente, pero si mucho más de lo que había dolido nunca. Pero ya no duele.